miércoles, 14 de septiembre de 2011

Crisis económica del 90

La crisis económica de 1890, ocasionada tanto por factores internos (sequía, balanza comercial desfavorable, etc) como externos (proteccionismo brasileño sobre ciertos productos, crisis económica argentina, productos sustitutivos europeos, baja de los precios de los productos nacionales) estimuló a que el sector intelectual y, consecuentemente el sector político, tomara aún mayor conciencia de la precariedad de la estructura económica y su estrecha vinculación y dependencia del entorno internacional. Es así que se buscaron medidas tendientes a un aumento del protagonismo del Estado en esta materia. Se sostuvo que el gobierno debía ser el centro de cualquier plan tendiente a superar la crisis si se quería que el desarrollo económico tuviera un futuro de largo plazo.

En 1887 se fundaron 12 bancos, entre ellos el Banco Nacional del empresario Emilio Reus. Una crisis externa en Londres produjo catástrofes económicas en nuestro país y alrededores.

Juan Lindolfo Cuestas: crear y administrar riqueza

Con la esperanza de lograr la paz, Cuestas asumió como presidente del Senado hasta el fin del mandato del presidente asesinado. Su primer logro fue acordar con el Directorio del Partido Nacional el Pacto de la Cruz, en 1897. El gobierno se comprometía allí a propiciar reformas electorales que permitieran la representación de las minorías, y aceptaba la elección de candidatos nacionalistas en seis departamentos. Dada la tradición política, esto implicaba consolidar dos gobiernos: uno en Montevideo, con Cuestas a la cabeza, y otro con sede en El Cordobés, la estancia de Aparicio Saravia.

En estas difíciles circunstancias, Cuestas encontraba la mayor oposición dentro de su partido, particularmente en la facción liderada por el ex presidente Julio Herrera y Obes. Esto lo llevó a practicar una hábil política de alianzas, apoyándose alternativamente en distintos sectores, incluso en los rebeldes. Ante la persistencia de las dificultades, en febrero de 1898 disolvió la Asamblea con la anuencia de la mayor parte de la oposición y de la sociedad civil. Como dictador prosiguió su obra administrativa, por la que fue reconocido como "el perro dogo de las finanzas". Gracias a su celo en esta tarea y a la nueva fase expansiva del capitalismo mundial, la economía uruguaya fortaleció su recuperación. En marzo de 1899 la Asamblea le renovó su confianza, eligiéndolo presidente constitucional para el período siguiente.

Juan Idiarte Borda: prosperidad y guerra civil

El período de Idiarte Borda vio el comienzo de la recuperación económica y el resurgir de las guerra civiles.

La persistencia del fraude electoral bajo su gabierno movilizó a la oposición, que se abstuvo en las legislativas del 96 y más tarde pasó a las armas, acaudillada por Aparicio Saravia.

El primer levantamiento, en noviembre del 96, no tuvo mayores consecuencias, pero cuatro meses más tarde el movimiento adquirió dimensiones de revolución. La paridad de fuerzas entre gobierno y sublevados impidió un desenlace rápido, amenazando con convertirse en otra interminable guerra civil. Partidos y organizaciones sociales, pobres y ricos clamaban por la paz en multitudinarias manifestaciones, pero el presidente permanecía irreductible. Finalmente, tras un intento fallido en abril, un segundo atentado segó su vida en agosto de 1897.


Julio Herrera y Obes: el presidencialismo

En medio de la crisis del 90, Herrera y Obes consiguió una victoria decisiva contra el militarismo al afirmar la potestad presidencial de nombrar y destituir jefes militares, jefes políticos y comisarios, así como a los funcionarios públicos. Con ello confirmó la obediencia jerárquica al jefe del Estado y se aseguró los resultados de las elecciones legislativas, dada la intervención directa del Ejecutivo en los actos electorales. Esta "influencia directriz", como fue conocida, era una pieza esencial de su concepción política, que complementaba con la de "cerrar" el equipo de gobierno a un núcleo reducido: el "colectivismo". Herrera no solo pensaba que era legítimo un gobierno de partido, sino que aquel debía de estar reservado a una élite idónea, ya que las masas carecían de la preparación para ejercer la soberanía.

Sobre estas bases se afirmó el presidencialismo, pero también creció la resistencia general a una postura exclusivista.


Del militarismo al civilismo:

Tras la renuncia de Santos, la Asamblea General eligió a su ministro de Guerra, Máximo Tajes, para sucederle en la presidencia hasta el fin del período. Contrariamente a lo esperado, Tajes contribuyó a la restauración del gobierno civil que se había propuesto el Ministerio de Conciliación. Las resistencias suscitadas en el ejército precipitaron la renuncia de aquel gabinete y en su lugar asumió Julio Herrera y Obes como ministro de Gobierno.

Herrera era una figura prominente entre los doctores colorados y con el apoyo de Tajes disolvió la escolta presidencial y el Batallón 5º de Cazadores, que eran baluartes del santismo. La medida consolidó la unión de los civiles de todos los partidos, que decidieron posponer sus diferencias en aras de la liquidación del militarismo. Como consecuencia, Herrera fue electo presidente para el período 1890-1894.


Presidentes del periodo del civilismo en el Uruguay:

1. Herrera Y Obes (1890-1894)
2. Idarte Borda (1894-1897)
3. Juan Lindolfo Cuestas (1898-1903)

El civilismo

Se denomina tradicionalmente "civilismo" al periodo durante el cual los civiles volvieron a ocupar el primer plano de la vida gubernativa, en contraste con lo que ocurriera durante el período anterior con los militares. El gobierno de Máximo Tajes sería un gobierno de transición durante el cual se pasa gradualmente del régimen anterior al nuevo régimen.